Apenas iluminada por la pantalla de una laptop, la mesa es testigo de las licencias del encuentro. Es una habitación poco iluminada –naturalmente- y con las paredes del cuarto forradas por cientos de títulos de autores diversos, la charla discurre entre tragos que mezclan variados relatos ficticios o no, de épocas donde las letras lograban detener el tiempo. Tal y como aquellas tardes de la infancia, donde el límpido cielo se asemejaba a la tela de un viejo cine y donde las nubes oficiaban de principales protagonistas de la fantasía, el narrador describe cómo fue vivir los momentos de mayor exposición política, acaso la época donde la historia se convirtió en prosa y la lucha en denuncia, y donde los errores de unos pocos, los pagaron tantos muchos.
Aunque reconoce los deslices y el idealismo que los impulsaba, respira profundo para no dejarse ganar por la nostalgia aunque un brillo en la retina lo delata. “Lo que más aprendí con los años es que la muerte es una mierda, venga del lado que venga”, sintetiza con voz temerosa y describe la fastuosa movilización.
“Esa tarde nos juntamos en la unidad básica, yo era responsable de una, y llevamos a todos los compañeros en un colectivo. Desde temprano estuvimos en la plaza acomodando nuestras banderas bien cerquita del General, para que pudiera vernos bien. Te puedo asegurar que estuvo todo armado por el Brujo”, señala salteando una parte de los hechos, tal vez el más doloroso.
“Ese día no me lo voy a olvidar nunca. Ver a esos compañeros que crecieron durante los años de proscripción, que se pasaron años reuniéndose en la clandestinidad por el único pecado de pertenecer al movimiento; verlos con lágrimas en los ojos romper sus carné de afiliados fue una sensación difícil de afrontar”, dispara con los ojos perdidos, apuntando a una de las repisas, esa donde descansa una bolsa polvorienta, con tantas publicaciones en las que uno de los protagonistas –tiene seis amigos desaparecidos- vive hoy para contarla.
Avanza página a página. En el centro, una foto en blanco y negro que cubre dos hojas. En la imagen un joven de 20 años se toma de los brazos de un compañero, que hace lo mismo con otros y otros y otros. Avanzan hacia el olvido.
Aunque reconoce los deslices y el idealismo que los impulsaba, respira profundo para no dejarse ganar por la nostalgia aunque un brillo en la retina lo delata. “Lo que más aprendí con los años es que la muerte es una mierda, venga del lado que venga”, sintetiza con voz temerosa y describe la fastuosa movilización.
“Esa tarde nos juntamos en la unidad básica, yo era responsable de una, y llevamos a todos los compañeros en un colectivo. Desde temprano estuvimos en la plaza acomodando nuestras banderas bien cerquita del General, para que pudiera vernos bien. Te puedo asegurar que estuvo todo armado por el Brujo”, señala salteando una parte de los hechos, tal vez el más doloroso.
“Ese día no me lo voy a olvidar nunca. Ver a esos compañeros que crecieron durante los años de proscripción, que se pasaron años reuniéndose en la clandestinidad por el único pecado de pertenecer al movimiento; verlos con lágrimas en los ojos romper sus carné de afiliados fue una sensación difícil de afrontar”, dispara con los ojos perdidos, apuntando a una de las repisas, esa donde descansa una bolsa polvorienta, con tantas publicaciones en las que uno de los protagonistas –tiene seis amigos desaparecidos- vive hoy para contarla.
Avanza página a página. En el centro, una foto en blanco y negro que cubre dos hojas. En la imagen un joven de 20 años se toma de los brazos de un compañero, que hace lo mismo con otros y otros y otros. Avanzan hacia el olvido.
(Publicado en el diario PRIMERA EDICION)
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