X. Mientan siempre.
La sábana no está cumpliendo al pie de la letra con su función. Se empaca y quiere evitar a toda costa cubrir la piel del moribundo que agoniza el frío de la madrugada, se queda en una punta, acurrucada y hostil. Desde afuera se palpa el paso cansino de un camión, el efecto es inevitable y entonces a los vidrios del ventanal no les queda otra alternativa que temblar sin entender muy bien por qué.
Es de noche y dentro de la habitación el mundo se detuvo, no logra soltarse de una amarra que ancla su curso. El Farsante reposa, parece ajeno a todo lo que se desarrolla a su alrededor, hojea un viejo manual donde descubre algunas anotaciones, probablemente hechas por él mismo en alguno de sus ataques de furia. Sus ojos se posan varios minutos en una frase que no le pertenecía –en este caso si estaba seguro- pero que podría servirle como estrategia para seguir sobreviviendo con el engaño. “Toda mi obra no es más que un largo e inexplicable plagio. Pero ésa es otra de las formas del amor”, reza la máxima, trazada en el papel con una letra apenas legible, señal inequívoca del momento en que llegó a ese destino.
El Farsante descubre que su vida se asemeja demasiado a la de un personaje inventado por la cabeza del literato del fracaso y la copia consecuente de su Billy: muerte, amargura y soledad fueron constantes en aquellas obras; oscuros protagonistas con una relación certera y estrecha con el más allá, ese al que algunos sienten demasiado más acá.
Como ellos, el Farsante siente que no tiene escapatoria y que es inevitable, que faltan pocos segundos para que el velo se haga a un costado y su rostro quede al descubierto. Con amargura en la sangre y marginalidad en las entrañas, añora Santa María y busca el divino perdón. Sabe que el destino ya está escrito y que a su pequeña historia, le restan pocos capítulos.
El Fin
La sábana no está cumpliendo al pie de la letra con su función. Se empaca y quiere evitar a toda costa cubrir la piel del moribundo que agoniza el frío de la madrugada, se queda en una punta, acurrucada y hostil. Desde afuera se palpa el paso cansino de un camión, el efecto es inevitable y entonces a los vidrios del ventanal no les queda otra alternativa que temblar sin entender muy bien por qué.
Es de noche y dentro de la habitación el mundo se detuvo, no logra soltarse de una amarra que ancla su curso. El Farsante reposa, parece ajeno a todo lo que se desarrolla a su alrededor, hojea un viejo manual donde descubre algunas anotaciones, probablemente hechas por él mismo en alguno de sus ataques de furia. Sus ojos se posan varios minutos en una frase que no le pertenecía –en este caso si estaba seguro- pero que podría servirle como estrategia para seguir sobreviviendo con el engaño. “Toda mi obra no es más que un largo e inexplicable plagio. Pero ésa es otra de las formas del amor”, reza la máxima, trazada en el papel con una letra apenas legible, señal inequívoca del momento en que llegó a ese destino.
El Farsante descubre que su vida se asemeja demasiado a la de un personaje inventado por la cabeza del literato del fracaso y la copia consecuente de su Billy: muerte, amargura y soledad fueron constantes en aquellas obras; oscuros protagonistas con una relación certera y estrecha con el más allá, ese al que algunos sienten demasiado más acá.
Como ellos, el Farsante siente que no tiene escapatoria y que es inevitable, que faltan pocos segundos para que el velo se haga a un costado y su rostro quede al descubierto. Con amargura en la sangre y marginalidad en las entrañas, añora Santa María y busca el divino perdón. Sabe que el destino ya está escrito y que a su pequeña historia, le restan pocos capítulos.
El Fin
(Publicado en el diario PRIMERA EDICION)
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