martes, 26 de mayo de 2009

El escribidor en su laberinto

"Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación es la del presdigitador, pero me ofusco tanto tratando de hacer un truco, que he tenido que refugiarme en la soledad de la literatura".

Apenas una rendija en la persiana por donde el sol se cuela, acaso advirtiendo su presencia e invitando a disfrutar de una salida al aire libre. Adentro, la oscuridad reina y el silencio es apenas interrumpido por el sonido de unas teclas que reciben la caricia de unas manos casi indivisibles.
Un rostro se muestra preocupado y detrás del cristal de los anteojos, se advierte un ceño fruncido, gesto de preocupación por esa idea que no termina de cerrar. De todos modos avanza letra a letra, conjugando verbos o inventando algún término nuevo; como le escuchó decir a su maestro muchas veces, todo está permitido, menos dejar de intentarlo. Con esta premisa busca conquistar los versos ocultos y navega entre párrafos que están, pero no muestran su cuerpo.
En un abrir y cerrar de ojos, observa que febo se refleja en uno de los cristales y recuerda una historia que había leído en su infancia. Se trataba de un personaje muy singular, retratado por algún escritor que no recordaba, pero que gracias a un bicho de luz, pudo escapar de un frondoso bosque inundado de alimañas, vegetación y, aunque no los nombraba, algunos fantasmas que lo atosigaban.
No pudo evitar trazar esa analogía y verse a sí mismo como aquel, que temeroso, se aferra a cualquier señal que lo pueda liberar; aún sin saber si se trata del destino o de Dios. Ese pensamiento, lo llevó a darse cuenta lo pretensioso que puede sonar identificarse como un hombre de las letras, cuando en realidad ellas -las letras- son las únicas dueñas de si mismas.

(Publicado en el diario PRIMERA EDICIÓN)

Cucarachas en el colectivo

(Texto original sin editar)
El calor no da tregua y para colmo, el aire acondicionado de esta unidad no funciona o se niega a dar alivio o al igual que todos en sus asientos, se dejó vencer por la humedad aplastante de la siesta después del chaparrón. En tus oídos suena una canción de Fito Páez y tu cabeza es un mboyeré de sentimientos encontrados; nostalgias del pasado reciente y una imagen que se vuelve real, esa en la que te ves en el rincón, acurrucado y lamentando el haber dejado todo a cambio de nada, la misma que se repite todas las veces que sentís que volviste a fracasar y te autoinculpas por lo que fue y por todo aquello que no pudo ser.
Esa noche ella te esperó en la esquina antes convenida. Fue una suerte de primer contacto antes de iniciar un camino que puede resultar sinuoso –todavía no está dicha la última palabra- . Comprendo tus ansias por brindar algo de esa mole de sentimientos que te invade, pero, siempre hay varios peros.
La medianera lateral de la catedral fue testigo de la escueta charla en la que, intuyo, ambos quisieron decir más de lo que el periodo de tiempo les podía permitir. Las palabras se chocaron unas con otras y las anécdotas tristes se combinaron con alguna carcajada por las ocurrencias típicas que sabés utilizar para escapar a los asuntos engorrosos. Nada salió como habías planeado, lo que en principio hubiera sido el encuentro de dos soledades con destino común, se convirtió en una mueca insignificante lindante con lo absurdo; lo absurdo de creer que por un par de charlas escritas, puede nacer un sentimiento.
Se que es duro aceptar que la realidad suele ser diferente a las vivencias virtuales y que, aquello que parecía oro a través del monitor, puede resultar en terrible desencanto. ¿Que en realidad te gustó tanto como en la red? Puede ser, pero tus desmedidas ganas volvieron a traicionarte y se agrega a tu larga lista de desilusiones una persona más.
También puedo reconocer que, felizmente, esta enfermedad crónica que padecés se manifiesta en tu vida mucho más de lo que debería. Y a pesar de la dureza con que te golpearon hace un tiempo, tus ganas de dejar todo en la búsqueda de eso que tanto aguardas, te llevan a golpear molinos y a silenciarme sabiendo que soy tu sancho y que todo lo que te adolece, repercute en mí. Prometo que desde esta misma tarde, voy a concientizarme que la próxima aventura, está a la vuelta de la esquina. Quizá esté cerca el fin de la ruta…

lunes, 18 de mayo de 2009

Pura catarsis de arena

“Mi vida es una hoja en blanco, un piano desafinado, diez dedos largos y flacos, y un manojo de palabras”

Pasó el temporal y atrás se quedaron las incongruencias que maduraron con el tiempo. Nunca como en estos días he sentido la necesidad de realizar un viraje extremo, un punto y aparte que transforme las cosas y me convierta en una historia digna de ser contada por una avezada pluma, al igual que tantas que circulan de mano en mano.
Aquel reloj de arena vuelve a dejar caer los diminutos granos y permiten respirar sin esa pinchazón, aquella que ni los médicos ni las pitonisas han logrado calmar. Alguien dijo por ahí que el mejor remedio es el tiempo pero a nadie se le ha ocurrido aclarar que ningún mortal ha podido, hasta ahora recurrir a la fórmula mágica que lo pueda adelantar.
“El desamor y la ruptura no se manifiestan en el cuerpo, todo forma parte de la mente enferma”, me había dicho una vez, una ex estudiante de medicina, con título (original) y chaquetilla blanca. “Algunos pretenden vivir dentro de los libros y lejos de la realidad”, pensaba yo mientras suspiraba para aliviar la sensación de ahogo.
Hoy es viernes y frente a mi, unas letras rojas de tamaño considerable, anuncian que la temperatura ambiente no supera los 20 grados centígrados. Presiento que en mi interior, ese caprichoso e invasivo artefacto no puede medir las sensaciones. Por dentro las entrañas queman mientras por afuera, del otro lado de la ventanilla, los carteles indican que restan pocos kilómetros para llegar a la meca.
Sobre mi cabeza, brilla una pantalla plana y algunos subtítulos se escapan a mis dedos. Se trata de una película que ya la he visto en alguna ocasión, pero al contrario de antes, no me siento protagonista de esa historia. Tal vez se deba a la máquina del mundo, que como he notado en los últimos días, nunca ha dejado de funcionar o puede ser el yuyo de la ilusión, pero nada me afecta y he decidido no cuestionar a los risueños sofistas, por ahora, es mejor no pensar.
Aquí me hallo, golpeando a tu puerta.

(Publicado en el diario PRIMERA EDICIÓN)

sábado, 16 de mayo de 2009

Piquete contra si misma

“y aunque la noche pase y yo te tenga y no”

Analiza todas las palabras en busca de alguna justificación. No pierde los segundos y ante la primera aparición de una supuesta ofensa, muestra los dientes en señal de descontento. La escena es repetida y a casi nadie sorprende este tipo de reacción, que se inició hace un tiempo, luego de una frustrante aventura que culminó en desencanto.
Desde ese día, comenzó a ocultarse detrás de un velo de acero al que nadie puede acceder y a pesar de que se confiesa como una ferviente defensora del amor, su propia vida está atravesada por la insatisfacción. Tan metida se encuentra en el rol, que nunca se detuvo a analizar que en los hechos, la única damnificada resulta ella, con esa manía de inventarse fantasmas.
"¡No, no nena! no podés sentirte tan sola... habiendo tanta gente...", escribió una noche, dueña absoluta de sus pasos y forjadora irremediable de su dolor; ese que le hace renguear ante cualquier posibilidad que es desechada y acumulada en un profundo pozo, que parece no tener fondo, tanto como su perversión.
Los caminos que se le presentan son cerrados de inmediato al tránsito de personas, un embotellamiento del ir y venir, detenido en un fracaso -que en su inconsciente reconoce medio absurdo-. Quemando ilusiones, su autopiquete gana la batalla por gobernar la percepción y le intoxica con el humo propio del fuego iniciado por un pirómano conocido.
En esa barricada se encuentran, ella y sus temores, potenciándose para mantener cerrado el viaducto. No hay forma de levantar las barreras porque su propia nobleza no es seguidora de la represión; ya bastante mano dura tiene con ella misma.
Pero como en todo encierro autoimpuesto, existe una vía de escape para aliviar el discurrir de los hechos. En versos se anima a expresar todas aquellas dudas que la mantienen en vilo y letra a letra, su arte se asemeja más a un desesperado pedido de auxilio, que a la poesía en sí.
"Me cansé de hablar, nunca terminamos de solucionar nada... ¡Callate! y dame un beso", ruega, y parece levantar la barrera del peaje.

(Publicado en el diario PRIMERA EDICIÓN)