lunes, 28 de junio de 2010

Defensas bajas


En cuanto sintió el roce de su piel, se estremeció sin disimular. Frunció el entrecejo y se le notó cierto fastidio porque el perfecto desconocido derribó una parte de la muralla. Esa misma que tanto le costó edificar. El muro de las apariencias donde cada ladrillo no representaba más que cierta visión masoquista que pretendió fabricar del amor. “No puede ser”, pensaba mientras se dejaba llevar, contra su voluntad, por aquellas manos sedientas y por el par de labios que le producía cosquillas, en ese tramo de la noche, hasta en el más profundo de sus prejuicios.
Acorralada por su propio deseo, intentó en vano poner las cosas en su lugar. No había razón para que la dominasen de ese modo tan poco contemplativo para con sus fortalezas. Pero algo dentro suyo la había abandonado y no hubo entidad superior que la pudiese rescatar. Sintió cómo la levantaban y arrastraban hasta el lecho como si se tratara de un simple objeto del que pensaban sacar provecho. Resignada, comprendió que le sería imposible sobrellevar los bajos instintos y pretendió el consuelo de creer que inmediatamente después del placer, todo volvería a la normalidad. Se dejó hacer.
Ambos cerraron los ojos y entrelazaron los cuerpos en una búsqueda desesperada por las sábanas. Paso a paso y a tientas en la oscuridad traspusieron la amplia habitación, rodeada de la espesura de un sin número de silencios. Únicamente la respiración entrecortada y el jadeo de los cuerpos permitían reconocer a los amantes en la previa de la faena.
Ellos se sentían prisioneros, él de su incontenible calor, ella de sus temores y anhelos contradictorios donde por un lado pretendía regresar al estado donde más segura se sentía y por el otro, unas ansias descomunales de apreciarlo dentro suyo; sin contemplaciones, pero con la fuerza suficiente para permitir el gozo supremo. Recostados en el limbo construyeron un amor sencillo y elocuente; con evidentes signos de un voraz apetito mutuo. Apetito que pareció no tener fin durante el lapso que los cobijó bajo un mismo abrigo que incluso, llegó a derretir el lento lagrimeo del tic- tac...
“¿Habré soñado?”, se preguntó entre risas mientras extendía su brazo izquierdo. Con el tacto recorrió los pliegues de la ausencia y luego de tanto batallar contra el goce enfrentó a la frialdad del abandono. Volvió en sí e hizo un pacto con ella misma. Se prometió que en breve los amantes no serían más que un buen recuerdo.

jueves, 24 de junio de 2010

Y una sombra ya pronto serás...


Era de noche y el verde césped se vislumbraba oscuro desde las tribunas. No era el efecto de los reflectores ni un truco de la televisión digital. Era la amarga sensación de saber que efectivamente el fin, había llegado.
Nadie imaginó en todo este tiempo que llegaría el instante en que alguno de sus seguidores se atrevería a cuestionarlo. Después de tantas noches de milagro, precisión, magia y gritos; el ocaso del ídolo se hizo presente y, como suele ocurrir en estos casos, los leñadores dialécticos no se demoraron en sacar sus hachas ante el héroe en desgracia.
Tiempo atrás fue el eje sobre el que giraban los sueños de millones de personas. Los que lo disfrutaban no paraban de golpear las palmas, lo que lo padecían, se mostraban resignados pero terminaban imitando a los otros; y sus rivales no podían creer lo que veían, algunos reflejaban admiración por las piruetas y pases milimétricos. Era el niño mimado de los relatores, que competían por ver quién lograba emocionar más a los hinchas con alguna de las descripciones, evocaciones o analogías con las que pretendían explicar lo inexplicable. Los otros, los comentaristas, buscaban en su memoria las jugadas más célebres que habían visto durante su carrera y no dudaban en colocar al ídolo, en el sitial de los semidioses que marcaron la historia del juego.
Él, en cambio, nunca dudó de sus condiciones ni fue capaz de mostrar egoísmo ante las circunstancias. Solidario con sus compañeros, hizo delirar a miles y a miles hizo ganar millones. Pase gol, centro gol, pisadita, caño, mano a mano y a cobrar; en la cancha y en el banco –no el de suplentes-. En todos lados fue conocido por su nombre de pila, el apellido era un mero adorno en su identificación desde mucho antes de que cruzara el gran charco y hasta su vuelta, que fue con gloria como la ida.
“¡Corré Román, la puta que te parió!”, gritó un niño de 13 año y a su ruego se sumaron las voces que lo rodeaban en la platea y de a poco, el eco fue invadiendo los demás lugares del mítico templo.
¡Corré Román! que los desagradecidos en este país, sobran.


Publicado en el diario PRIMERA EDICIÓN

martes, 15 de junio de 2010

Basta


Arcaicos augurios
de amores aplastados
Quijotes apócrifos
de calesitas dialécticas
Locura y pasión
se yuxtaponen
La doble moral de un mundo
encarnizado no basta
Subyace en la memoria
el recuerdo
de tiempos rendidos
y guerras infundadas
Las armas siguen
crucificando
Las palabras resisten
Una pluma me basta.