"Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación es la del presdigitador, pero me ofusco tanto tratando de hacer un truco, que he tenido que refugiarme en la soledad de la literatura".
Apenas una rendija en la persiana por donde el sol se cuela, acaso advirtiendo su presencia e invitando a disfrutar de una salida al aire libre. Adentro, la oscuridad reina y el silencio es apenas interrumpido por el sonido de unas teclas que reciben la caricia de unas manos casi indivisibles.
Un rostro se muestra preocupado y detrás del cristal de los anteojos, se advierte un ceño fruncido, gesto de preocupación por esa idea que no termina de cerrar. De todos modos avanza letra a letra, conjugando verbos o inventando algún término nuevo; como le escuchó decir a su maestro muchas veces, todo está permitido, menos dejar de intentarlo. Con esta premisa busca conquistar los versos ocultos y navega entre párrafos que están, pero no muestran su cuerpo.
En un abrir y cerrar de ojos, observa que febo se refleja en uno de los cristales y recuerda una historia que había leído en su infancia. Se trataba de un personaje muy singular, retratado por algún escritor que no recordaba, pero que gracias a un bicho de luz, pudo escapar de un frondoso bosque inundado de alimañas, vegetación y, aunque no los nombraba, algunos fantasmas que lo atosigaban.
No pudo evitar trazar esa analogía y verse a sí mismo como aquel, que temeroso, se aferra a cualquier señal que lo pueda liberar; aún sin saber si se trata del destino o de Dios. Ese pensamiento, lo llevó a darse cuenta lo pretensioso que puede sonar identificarse como un hombre de las letras, cuando en realidad ellas -las letras- son las únicas dueñas de si mismas.
Apenas una rendija en la persiana por donde el sol se cuela, acaso advirtiendo su presencia e invitando a disfrutar de una salida al aire libre. Adentro, la oscuridad reina y el silencio es apenas interrumpido por el sonido de unas teclas que reciben la caricia de unas manos casi indivisibles.
Un rostro se muestra preocupado y detrás del cristal de los anteojos, se advierte un ceño fruncido, gesto de preocupación por esa idea que no termina de cerrar. De todos modos avanza letra a letra, conjugando verbos o inventando algún término nuevo; como le escuchó decir a su maestro muchas veces, todo está permitido, menos dejar de intentarlo. Con esta premisa busca conquistar los versos ocultos y navega entre párrafos que están, pero no muestran su cuerpo.
En un abrir y cerrar de ojos, observa que febo se refleja en uno de los cristales y recuerda una historia que había leído en su infancia. Se trataba de un personaje muy singular, retratado por algún escritor que no recordaba, pero que gracias a un bicho de luz, pudo escapar de un frondoso bosque inundado de alimañas, vegetación y, aunque no los nombraba, algunos fantasmas que lo atosigaban.
No pudo evitar trazar esa analogía y verse a sí mismo como aquel, que temeroso, se aferra a cualquier señal que lo pueda liberar; aún sin saber si se trata del destino o de Dios. Ese pensamiento, lo llevó a darse cuenta lo pretensioso que puede sonar identificarse como un hombre de las letras, cuando en realidad ellas -las letras- son las únicas dueñas de si mismas.
(Publicado en el diario PRIMERA EDICIÓN)
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