viernes, 31 de julio de 2009

Ayer


No llegamos a ser
acuciante temor
Fuiste todo.

miércoles, 29 de julio de 2009

Lejanía

“… que te sigo debiendo todavía una canción de amor.”

Fundamentalista de las confusiones
embarqué el barranco de tu risa
y dibujé letras en movedizas comedias
que ahogaron siniestros versos.

Signos que instigan a con-mover
necias caricias en nebulosas brisas
de infinitos mares sin faros
Nave sin rumbo allende de tus orillas.

jueves, 16 de julio de 2009

Balada de la pareja perfecta

“Gracias Dios. Por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas…”
Víctor Hugo Morales


Juega sin tapones y aunque nada en sus pies delate la presencia de algún material metálico, la pelota busca su zurda como si un imán invisible guiara su trayectoria. La estampa de crack se presenta en cada paso de su cansino trote y el esférico parece confirmar eso de que es como las novias, que se quedan junto a los que la tratan bien.
Las medias subidas hasta la canilla y el torrente que viaja en su camiseta lo descubren como un sacrificado que corre hasta la última; pero lo que es más importante, juega.
El que mira desde el arco opuesto se siente un espectador de lujo, observa cómo la presencia del delantero desparrama rivales desde la mitad de la cancha. Un rústico central intenta cruzarlo, pero él, parte indemne por el extremo izquierdo del campo de juego. Otro rival, un volante que pudo recuperar la carrera, expone su humanidad para trabar a la señorita, pero ella, caprichosa, se mantiene fiel a quien la acaricia.
En las tribunas y en los bancos de suplentes, se hace imposible no compararlo con aquellos potentes virtuosos de la sutileza, esos a los que los burros que sobran en todas las canchas, denominan lentos. “Lento, puede ser, pero quién se la saca”, se interrogó una vez el Bichi Borgui cuando cuestionaron a Román.
Mientras las mentes dibujan posibles desenlaces para la travesía, la suela frena la carrera del romántico y con un amague, el valiente caño dice presente. Y aunque no se trate de las piernas que le cortaron al Diego, un quiebre de cintura acomoda el perfil. El arquero se muestra resignado antes del final que llega mediante un sutil y delicado beso del pie derecho. La beldad se acomoda en la red y por unos segundos descansa luego de la novelesca carrera.
El alarido golpea en el tinglado, rebota y el eco zumba en los tímpanos de compañeros y contrarios, testigos absortos de la notable proeza. Una montaña humana sepulta al crack que entre abrazos no para de reír. A esta altura nadie recuerda el resultado y no es que lo importante sea competir. Como una pluma dijo una vez, es preferible perder con amigos que ganar con desconocidos.

(Publicado en el diario PRIMERA EDICION)

domingo, 5 de julio de 2009

La conciencia y su Farsante

X. Mientan siempre.

La sábana no está cumpliendo al pie de la letra con su función. Se empaca y quiere evitar a toda costa cubrir la piel del moribundo que agoniza el frío de la madrugada, se queda en una punta, acurrucada y hostil. Desde afuera se palpa el paso cansino de un camión, el efecto es inevitable y entonces a los vidrios del ventanal no les queda otra alternativa que temblar sin entender muy bien por qué.
Es de noche y dentro de la habitación el mundo se detuvo, no logra soltarse de una amarra que ancla su curso. El Farsante reposa, parece ajeno a todo lo que se desarrolla a su alrededor, hojea un viejo manual donde descubre algunas anotaciones, probablemente hechas por él mismo en alguno de sus ataques de furia. Sus ojos se posan varios minutos en una frase que no le pertenecía –en este caso si estaba seguro- pero que podría servirle como estrategia para seguir sobreviviendo con el engaño. “Toda mi obra no es más que un largo e inexplicable plagio. Pero ésa es otra de las formas del amor”, reza la máxima, trazada en el papel con una letra apenas legible, señal inequívoca del momento en que llegó a ese destino.
El Farsante descubre que su vida se asemeja demasiado a la de un personaje inventado por la cabeza del literato del fracaso y la copia consecuente de su Billy: muerte, amargura y soledad fueron constantes en aquellas obras; oscuros protagonistas con una relación certera y estrecha con el más allá, ese al que algunos sienten demasiado más acá.
Como ellos, el Farsante siente que no tiene escapatoria y que es inevitable, que faltan pocos segundos para que el velo se haga a un costado y su rostro quede al descubierto. Con amargura en la sangre y marginalidad en las entrañas, añora Santa María y busca el divino perdón. Sabe que el destino ya está escrito y que a su pequeña historia, le restan pocos capítulos.

El Fin
(Publicado en el diario PRIMERA EDICION)

jueves, 2 de julio de 2009

Mi amigo el descamisado

Apenas iluminada por la pantalla de una laptop, la mesa es testigo de las licencias del encuentro. Es una habitación poco iluminada –naturalmente- y con las paredes del cuarto forradas por cientos de títulos de autores diversos, la charla discurre entre tragos que mezclan variados relatos ficticios o no, de épocas donde las letras lograban detener el tiempo. Tal y como aquellas tardes de la infancia, donde el límpido cielo se asemejaba a la tela de un viejo cine y donde las nubes oficiaban de principales protagonistas de la fantasía, el narrador describe cómo fue vivir los momentos de mayor exposición política, acaso la época donde la historia se convirtió en prosa y la lucha en denuncia, y donde los errores de unos pocos, los pagaron tantos muchos.
Aunque reconoce los deslices y el idealismo que los impulsaba, respira profundo para no dejarse ganar por la nostalgia aunque un brillo en la retina lo delata. “Lo que más aprendí con los años es que la muerte es una mierda, venga del lado que venga”, sintetiza con voz temerosa y describe la fastuosa movilización.
“Esa tarde nos juntamos en la unidad básica, yo era responsable de una, y llevamos a todos los compañeros en un colectivo. Desde temprano estuvimos en la plaza acomodando nuestras banderas bien cerquita del General, para que pudiera vernos bien. Te puedo asegurar que estuvo todo armado por el Brujo”, señala salteando una parte de los hechos, tal vez el más doloroso.
“Ese día no me lo voy a olvidar nunca. Ver a esos compañeros que crecieron durante los años de proscripción, que se pasaron años reuniéndose en la clandestinidad por el único pecado de pertenecer al movimiento; verlos con lágrimas en los ojos romper sus carné de afiliados fue una sensación difícil de afrontar”, dispara con los ojos perdidos, apuntando a una de las repisas, esa donde descansa una bolsa polvorienta, con tantas publicaciones en las que uno de los protagonistas –tiene seis amigos desaparecidos- vive hoy para contarla.
Avanza página a página. En el centro, una foto en blanco y negro que cubre dos hojas. En la imagen un joven de 20 años se toma de los brazos de un compañero, que hace lo mismo con otros y otros y otros. Avanzan hacia el olvido.

(Publicado en el diario PRIMERA EDICION)