lunes, 13 de septiembre de 2010

La justa resaca


Ya había transcurrido casi una hora desde que arrancó una de las jornadas más calientes en el mediático proceso. Se trataba del día en que una de las partes debía exponer sus alegatos ante los jueces que definirían la suerte de los acusados, que eran concientes de que su suerte había sido echada mucho antes de ocupar sus banquillos. Típico caso donde las palabras publicadas obtienen más valor condenatorio que la propia resolución de los juzgadores.
En el pasillo ya se preguntaban el porqué de su demora. Más aún luego de que lo buscaran en el hotel y no obtuvieran más que la demoledora respuesta del conserje: “Aquí no ha regresado desde anoche”. En ese instante la estupefacción ganó la cara de quienes lo habían contratado para que dirigiera el equipo, atentos a que siempre fue uno de los más prominentes denunciantes cuando de mostrar los crímenes del poder se trataba. Considerado uno de los más duchos a la hora de sostener una acusación, fue nombrado director de uno de los grupos que buscaba justicia por el aberrante crimen. Principal cabeza en la que confiaban para terminar de convencer a los responsables de dictar sentencia, que hacían lo correcto en nombre de esa señora que camina la vida con una balanza.
Lo vieron venir. Saco oscuro impecable. La fina camisa de seda italiana disimulaba muy bien sus arrugas gracias a esa prominente panza sobre la que colgaba la punta de una excéntrica corbata con naranjas de tamaño considerable. Su rostro expresaba una tensa calma interrumpida por la agitación producida luego de correr hasta el tribunal. Iba seguro de sí, como sólo los profesionales orgullosos pueden hacerlo. El silencio cayó como un balde de agua helada cuando la sala completa giró para apuntar sus miradas contra el impuntual.
Avanzó en medio de la inquisitiva multitud y se sentó a la izquierda de su colega. Recuperó el aliento gracias a un vaso de agua cuando notó las marcas de la noche que se apegaban a su pantalón. Era barro. Una mezcla rara de tierra, agua, y alcohol barato. Ante el pedido del juez, se aclaró la garganta, y comenzó a informar procurando no dejar en evidencia su estado de trasnochado y peleador. Se trató del mejor alegato de su carrera. Tanto, que en la sentencia fue el único que sirvió a los jueces para fundar la condena. Ebrios pero de tanta verdad.
(Publicado en el semanario Día7 el 12/11/10)

domingo, 8 de agosto de 2010

Quimera

1
Envalentonado por ese viejo toro
que no paraba de bufar
derrapó en medio de la alfombra
fulminado
como el néctar rubí dispuesto a la caminata
Unas gotas sobre el invencible
filo de la verdad


2
Certeras dudas sobre el colchón
Recipientes que rebosan en la
tesitura de dos libretos
Los claustros
sumidos en versos líquidos y una farsa
que hiere

3
La estrechez de los labios fluctúa
su inmediata fantasía brotada
del yugo la bestia impone la cicuta
del ocio fútil
Aunadas en la apuesta Andrea y Laura
suspiran el rescate
(epifanía)

lunes, 19 de julio de 2010

El chamamé no se mancha


Nunca creyó que la música que abrazó desde chiquito le jugaría una mala pasada. Las mesas ya habían sido levantadas y apiladas a un costado, todo el espacio que se pudiera ganar era bienvenido para el baile tan programado entre las dos familias de la villa. En el fondo a toda la cuadra le puso feliz que la historia tuviera un final como éste.
Acompañando el vuelo rasante de los novios en pleno vals, las palmas de los invitados formaron un cerrado coro de alegría, interrumpido de vez en cuando por algún que otro sapucay. La celebración, tal y como soñaron desde que proyectaron vivir en pareja, incluyó al barrio en su totalidad. Festejo comunitario del que ningún vecino pudo quedar excluido, similar a los días de militancia y solidaridad. Atrás había quedado la etapa oscura y con la democracia recuperada, hasta las celebraciones más íntimas parecían merecer una fiesta popular. Al menos eso es lo que entendió la joven pareja formada unos seis años antes, sin descontar el tiempo en que él estuvo preso por su militancia estudiantil.
Inmediatamente después del vals, la improvisada pista de baile se convirtió en el centro de la fiesta gracias el conjunto donde aquel hábil acordeonista no paraba de seducir a las teclas de su fuelle con una maestría envidiable. Parecía abstraído del mundo, alejado de los que se desarrollaba a su alrededor cuando se sintió rodeado.
Abrió los ojos y enfrente halló un rostro que le pareció familiar. Quiso preguntar por qué le hicieron parar la música pero el padrino de la boda ya se le había adelantado tomando el micrófono. Con tono amable y monocorde el padrino sugirió que tocara Kilómetro 11 para acompañar una historia. El pasado afloró sin pedir permiso como el callado llanto del artista. El silencio le ganó al bullicio de los festejos y permitió que el padrino desenmascarara al músico y su cómplice pretérito.
En minutos el acordeón se transformó en la cruz del penitente por culpa del caprichoso destino. O la vida, que los volvió a poner cara a cara en aquella humilde fiesta en la que los roles sufrieron una leve transformación: ellos ya no ya no se encontraban amarrados a una vieja cama metálica y en cambio, era él quien estaba obligado a ejecutar la misma melodía a la que antes hizo pasar de himno a cómplice para callar los gritos que provenían del pozo. Las cicatrices tuvieron su metamorfosis y fueron devueltas a los primeros planos. Repetir la misma canción tres veces por cada víctima pareció poca revancha para la historia.
Aunque el verdugo haya ocultado los gritos con su cadencia, el chamamé no se mancha.

Publicado en el semanario Día7 el 18/07/10

lunes, 28 de junio de 2010

Defensas bajas


En cuanto sintió el roce de su piel, se estremeció sin disimular. Frunció el entrecejo y se le notó cierto fastidio porque el perfecto desconocido derribó una parte de la muralla. Esa misma que tanto le costó edificar. El muro de las apariencias donde cada ladrillo no representaba más que cierta visión masoquista que pretendió fabricar del amor. “No puede ser”, pensaba mientras se dejaba llevar, contra su voluntad, por aquellas manos sedientas y por el par de labios que le producía cosquillas, en ese tramo de la noche, hasta en el más profundo de sus prejuicios.
Acorralada por su propio deseo, intentó en vano poner las cosas en su lugar. No había razón para que la dominasen de ese modo tan poco contemplativo para con sus fortalezas. Pero algo dentro suyo la había abandonado y no hubo entidad superior que la pudiese rescatar. Sintió cómo la levantaban y arrastraban hasta el lecho como si se tratara de un simple objeto del que pensaban sacar provecho. Resignada, comprendió que le sería imposible sobrellevar los bajos instintos y pretendió el consuelo de creer que inmediatamente después del placer, todo volvería a la normalidad. Se dejó hacer.
Ambos cerraron los ojos y entrelazaron los cuerpos en una búsqueda desesperada por las sábanas. Paso a paso y a tientas en la oscuridad traspusieron la amplia habitación, rodeada de la espesura de un sin número de silencios. Únicamente la respiración entrecortada y el jadeo de los cuerpos permitían reconocer a los amantes en la previa de la faena.
Ellos se sentían prisioneros, él de su incontenible calor, ella de sus temores y anhelos contradictorios donde por un lado pretendía regresar al estado donde más segura se sentía y por el otro, unas ansias descomunales de apreciarlo dentro suyo; sin contemplaciones, pero con la fuerza suficiente para permitir el gozo supremo. Recostados en el limbo construyeron un amor sencillo y elocuente; con evidentes signos de un voraz apetito mutuo. Apetito que pareció no tener fin durante el lapso que los cobijó bajo un mismo abrigo que incluso, llegó a derretir el lento lagrimeo del tic- tac...
“¿Habré soñado?”, se preguntó entre risas mientras extendía su brazo izquierdo. Con el tacto recorrió los pliegues de la ausencia y luego de tanto batallar contra el goce enfrentó a la frialdad del abandono. Volvió en sí e hizo un pacto con ella misma. Se prometió que en breve los amantes no serían más que un buen recuerdo.

jueves, 24 de junio de 2010

Y una sombra ya pronto serás...


Era de noche y el verde césped se vislumbraba oscuro desde las tribunas. No era el efecto de los reflectores ni un truco de la televisión digital. Era la amarga sensación de saber que efectivamente el fin, había llegado.
Nadie imaginó en todo este tiempo que llegaría el instante en que alguno de sus seguidores se atrevería a cuestionarlo. Después de tantas noches de milagro, precisión, magia y gritos; el ocaso del ídolo se hizo presente y, como suele ocurrir en estos casos, los leñadores dialécticos no se demoraron en sacar sus hachas ante el héroe en desgracia.
Tiempo atrás fue el eje sobre el que giraban los sueños de millones de personas. Los que lo disfrutaban no paraban de golpear las palmas, lo que lo padecían, se mostraban resignados pero terminaban imitando a los otros; y sus rivales no podían creer lo que veían, algunos reflejaban admiración por las piruetas y pases milimétricos. Era el niño mimado de los relatores, que competían por ver quién lograba emocionar más a los hinchas con alguna de las descripciones, evocaciones o analogías con las que pretendían explicar lo inexplicable. Los otros, los comentaristas, buscaban en su memoria las jugadas más célebres que habían visto durante su carrera y no dudaban en colocar al ídolo, en el sitial de los semidioses que marcaron la historia del juego.
Él, en cambio, nunca dudó de sus condiciones ni fue capaz de mostrar egoísmo ante las circunstancias. Solidario con sus compañeros, hizo delirar a miles y a miles hizo ganar millones. Pase gol, centro gol, pisadita, caño, mano a mano y a cobrar; en la cancha y en el banco –no el de suplentes-. En todos lados fue conocido por su nombre de pila, el apellido era un mero adorno en su identificación desde mucho antes de que cruzara el gran charco y hasta su vuelta, que fue con gloria como la ida.
“¡Corré Román, la puta que te parió!”, gritó un niño de 13 año y a su ruego se sumaron las voces que lo rodeaban en la platea y de a poco, el eco fue invadiendo los demás lugares del mítico templo.
¡Corré Román! que los desagradecidos en este país, sobran.


Publicado en el diario PRIMERA EDICIÓN

martes, 15 de junio de 2010

Basta


Arcaicos augurios
de amores aplastados
Quijotes apócrifos
de calesitas dialécticas
Locura y pasión
se yuxtaponen
La doble moral de un mundo
encarnizado no basta
Subyace en la memoria
el recuerdo
de tiempos rendidos
y guerras infundadas
Las armas siguen
crucificando
Las palabras resisten
Una pluma me basta.

martes, 4 de mayo de 2010

Seguro


Se trató de una simple transacción comercial
Una circunstancia donde te servía
y me resultaba beneficioso
“Nos usamos mutuamente”, sugeriste aquella noche
sin tener en cuenta la letra chica del contrato
La póliza no cubre devoluciones
Mucho menos del corazón
en su actual estado.