miércoles, 7 de octubre de 2009

El destino y los barrotes


Dicen que ante las asperezas, malos tragos y derrotas, el hombre tiende a buscar refugio en los brazos seguros de su amada. Salvo raras excepciones, los líderes del mundo –incluso los más atroces- tuvieron a la mujer que los aguardara más allá de las bondades de la opinión pública. Si hasta Hitler tuvo a Eva Braun, cualquier intención por menoscabar la afirmación es absurda.
Es una tarde calurosa en la isla Martín García y por entre los barrotes, el enamorado ve cómo se filtran los rayos a la diminuta celda. Consternado y temeroso de lo que puede venir, su único motivo de alegría es el incipiente amor que comenzó a cosechar con la actriz de cabellos rubiecitos. Los vigilantes saben que a un enamorado no se le puede negar papel y una lapicera. El preso escribe.


“Mi adorable tesoro: sólo cuando estamos apartados de quienes amamos, sabemos cuánto les amamos. Desde que te dejé ahí, con el mayor dolor que se pueda imaginar, no he podido sosegar mi desdichado corazón. Ahora sé cuánto te amo y que no puedo vivir sin ti. Esta inmensa soledad está llena de tu presencia. Tan pronto salga de aquí, nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio… Dile, por favor, a Mercante que hable con Farrell para saber si autorizan que nos vayamos a Chubut. Amor mío, tengo en mi cuarto aquellas pequeñas fotos tuyas y las contemplo todos los días con los ojos húmedos. Que no te pase nada o, de lo contrario, mi vida habrá acabado. Cuídate mucho y no te preocupes por mí, pero quiéreme mucho porque necesito tu amor más que nunca... Escribiré un libro sobre todo esto... Lo malo de este tiempo y especialmente de este país, es la existencia de tantos idiotas y, como sabes, un idiota es peor que un canalla... Muchos, muchísimos besos a mi queridísima
chinita”.


Es octubre de 1945 y el general Perón no encuentra otra salida para su carrera política que un exilio en la Patagonia argentina. Ignora que en dos días los obreros se autoconvocaran para exigir su libertad y jurarle lealtad. Al parecer, ningún mortal le escapa a su destino.
Publicado en el diario PRIMERA EDICIÓN